lunes, 18 de diciembre de 2017

Tierras llanas de Castilla


En un trayecto de ida y vuelta,
con los cinco sentidos
más el que me enseñó a llorar,
entretengo mis pies dormidos
por  las tierras llanas de Castilla.
La manzanilla reseca por un Agosto raro
endulza mis labios encendidos
y  el pan blanco de Tahona quema mi lengua ansiosa,
aún así, envuelvo con su miga deshecha
una pieza de la matanza de otros años
reconociendo el orégano entre la textura del gorrino muerto.
Salgo  de casa con los huesos calientes,
cojo la linde al molino de agua,
no me llega el aroma de un otoño anterior,
no percibo el calor a encina chamuscada,
ni a pelo de perro chorreado,
una tras otra cabalgan gotas saladas por mi nariz de Cyrano
y guardo en la entretela del gabán de las inclemencias
las manos que me dan de comer.
No me corea vida animal como en verano,
las aves buscan el recuerdo de otras estaciones
y desaparecen.
Voy acompañada de las hojas doradas
esparcidas por  la vereda de lo que fue un río de lavar,
me escoltan los chopos desnudos,
el crujir de sus vestiduras dañan los oídos a mi paso.
En un cambio de sentido
un cencerro llama mi atención entumecida
y evoco con asco el primer sorbo de nata.
Doy un giro de noventa grados,
y me acomodo a los pies de esa reliquia del pasado,
recojo una imagen inventada
del trigo limpio en la muela,
hasta que cae como  lluvia dorada al cedazo.
Las telas enredadas de las arañas,
habitan otras piedras de moler que no son éstas,
mi  ojo  derecho  busca el color vida de la primavera
y el izquierdo, el  izquierdo también.
El camino a casa se vuelve de viento seco,
regreso al prado donde  alguna Charolesa
rumia en calma,
las alamedas a lo lejos me saludan al pasar
y  una rendija de esperanza
colorea el blanco nuclear de un cielo espeso.
Un vencejo valiente,
contempla desafiante
mis maniobras al cruce de miradas,
sus garras de presa
custodian desde el borde el pozo de los caídos.
Mi sentido más desarrollado
hace el resto y distingo sin verlo
 un galgo de poca valía entre las aguas contaminadas del dolor,
 una lágrima brota con fuerza
dejándome  un surco helado a su paso.
El  tañido de  campanas anunciando el Ángelus
me devuelve a la realidad de un pueblo sin sentido.
Mis dedos opalinos rozan con ganas
el ropaje aterciopelado del  pajarillo cómplice,
y él, agradecido, me sonríe.

2 comentarios:

Ángel Luis San Millán Torres dijo...

Es increíble cómo describes el paisaje sin llegar a hacerlo realmente, solo con los sentimientos que te produce lo que ves, el resto nos lo imaginamos.

Un paseo genial. Me lo he leído ya tres veces y cada vez me gusta más.

Eres una artista!!!������

SILVIA dijo...

Jooo, gracias Ángel, me alegro un montón de que te guste.
Besos