Querido insolente y mal nacido dueño de
mis actos:
Esta carta no está firmada porque no soy
yo quien la escribe, no te llegará a tiempo, pero tampoco lo hará a destiempo.
Hace mucho que perdimos el contacto, pero sé de ti, igual que tú sabes de mí.
Utilicé los años de madurez para reírme y bastante. He aprendido que todo lo
hecho y lo que me queda por hacer se lo debo a tu desfachatez. Quizá, si
durante la época que fuimos tan desconocidos como ahora hubiese sido valiente,
en este instante, no estaría dejando escritas estas líneas tan insignificantes
como tú, volvería una y mil veces a buscar en cada hueco de mi armario alguna
mota de alivio para consolar mis noches de insomnio y volvería una y mil veces
a enseñarte los dientes aunque después se me cayeran. Nunca debí probar tus
aguas estancadas, me equivoqué y equivoqué al paso del tiempo que se tornó
sombrío. Quiero que entiendas que dejaste una huella triste y decadente en mi
cuerpo y un toque torpe en el cerebro. Por ese pequeño lapsus sin importancia,
mis neuronas trabajan siempre a destajo buscando un momento para terminar esa
lucha sin cuartel que comenzó el día que pusiste punto y final al color azul de
mi ojo derecho; ahora es un hueco inservible y seco por el que ya no brotan
lágrimas. Lo sé, reaccioné mal, tenía que haberte salpicado la cara de
vergüenza y sin embargo, me escondí entre algodones. No tengo minutos para
recordar tu paso por mi tiempo perdido, pero sí para decirte que vale la pena
esperar. Desde que pusiste tus sucias manos sobre mi cuello y me dejabas sin
sentido en cualquier rincón de lo que creía que era nuestro hogar, sentí la
necesidad de gritarle a los cuatro vientos que eras un bastardo engreído. Hiciste
creer a todo el mundo que era una yonki desquiciada, que los cardenales y las
fracturas eran propias de mi desasosiego. Aplaudo a la justicia de este país que condena a “unos”
y absuelve a los “otros”. He pasado horas y horas en reposo, cavilando como
podía darte las gracias por los golpes recibidos, de igual manera me he pasado
meses dando vueltas y vueltas a estos sesos agotados buscando una justificación
a tu marcha de rositas. Tras tanta meditación por fin he visto el momento y el
lugar donde serás condenado por tus actos. No creas que esto lo hago por las
lesiones o por el mal trato recibido por tu parte, no, esto es por tu hija, por
la punzada en el pecho que sentí cuando me contó que abusaste de ella cuando
apenas era una niña. Con seguridad te digo que esta carta no llegará a tus
manos, porque la mirada del cartero, será lo último que verás en la vida.
1 comentario:
¡Bravo!Espero que te hayas quedado a gusto. ¡Un abrazo!
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