Son preciosas.
En menor número, sería exagerado. Más ingobernables. Sugestivas cuando se
imaginan, excitantes si se insinúan y espléndidas cuando se muestran.
Únicas en la
niñez, estimulantes a cualquier edad. Siempre motivadoras. Solo los torpes las
miran más que las acarician.
Aunque se
disfracen asoman por el balcón con fuerza. Erguidas y desafiantes roban al
intruso un silbido. Hilvanan huella atrevidas, siempre arrogantes. Muchas rozan
la perfección. Otras son mentirosas y despiadadas con el ingenuo. Cubiertas con
finas hebras despistan al entrometido, al que incitan, después de mimarlas y
jugar con ellas, a seguir hasta el final descubriendo el engaño.