Te regalo un instante,
un momento de mi
tiempo y del tuyo,
un inciso en el día a
día,
un algodón de azúcar
a tanta prisa cotidiana.
Me bastan unos versos
para decirte que mis
músculos huérfanos
gritan tu ausencia,
con una desgana
infinita
se acomodan en una
postura que no mola
y te echan de menos.
Es posible que los
hoyuelos de tus mejillas
se dibujen en las
mancuernas de cinco kilos
y por eso sean mis
favoritas.
Tal vez el sonido de
“Sail“
te llegue lejano y te recuerde el trabajo bien hecho
a mí me arruga el
estómago durante cuatro minutos.
Ahora,
sigo entrenando
y continúo buscando tu sonrisa en el vaho del espejo
pero se ha esfumado
entre las luces tristes del mediodía.
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