domingo, 21 de enero de 2018

Qué más da


Solo querías volver a casa, el olor a ron añejo y a perfume barato se había impregnado en tu piel y por más que el aire fresco te sacudía una bofetada tras otra, el aroma te acompañaba como una sombra pegajosa. Tu hermano se quedó en aquel garito de mierda, con aquella puta antipática. Reconoces que no tienes mano con las mujeres y menos con esa espabilada de cartera fácil. Según bajabas las escalinatas que separaba un barrio de otro, se cruzaban imágenes en tu cabeza del encuentro con esa fulana que vendía su cuerpo a cambio de treinta miserables euros.
Jonhy, tu hermano, llevaba tiempo diciéndote: “Tío, ya no eres un niño tienes que salir a la calle, ver mundo, la vida no es de color de rosas” Pero tú te encerrabas en el cuarto y le ponías tu canción preferida a toda pastilla, para que te dejara en paz:

Fuera, vete  de mi casa,
suéltame las manos
solo soy un niño con los pies descalzos
y yo sigo jugando, qué más da
sigo jugando solo

Pero a Jonhy parecía no importarle nada de lo que tu sentías, parecía no importarle, absolutamente nada, que no fuera su coche tuneado o el polvo que iba a echar esa noche con cualquier chica desconocida. Tampoco mostraba el más mínimo interés por un acercamiento con vuestra hermana mayor, que desde que había dicho que era lesbiana no había vuelto a verla y si las cuentas no fallaban, ya iba  para dos años. Y lo más importante de todo y que a Jonhy no parecía preocuparle mucho era el sufrimiento de tu madre. El era ajeno a todo, sin embargo, sí se preocupaba de traerte papelitos de esos con los que se cubren las lunas de los coches, para que eligieses  con quien ibas a perder la virginidad. ¿Y si no la quieres perder? ¿Es qué tu opinión no importa?  Pues debe de ser que no porque hasta que no  te presentó a Zoe no paró.
-Vamos chico, ponte guapo, que tenemos una cita esta noche.
-¿Una cita? ¿Con quién?
-No hagas preguntas, todo a su tiempo, tú arréglate y échate colonia, que no parezcas un crío.
Te encogiste de hombros y te pusiste manos a la obra, pantalones limpios, camisa de marca y gotas del  perfume de tu hermano.
-Ya estoy, ¿se puede saber  a dónde vamos?
-No, es una sorpresa.
-Mamá, ¿estás bien? –preguntaste  robando una croqueta recién hecha.
-¡Cuidado que quema! –exclamó ella echando la última tanda en el plato.
-No me has contestado mamá.
-Sí hijo, estoy bien,  un poco preocupada por tu padre, que mira las horas que son y todavía no ha vuelto desde que se fue a echar la partida después de comer.
-Bueno, si necesitas algo llámame –ordenaste cogiendo otra bola de bechamel para el camino y depositando un beso en su frente aromatizada por la fritanga.
Cruzasteis la escalinata que separa un barrio de otro y llegasteis al bar, donde Zoe os esperaba con una copa de ginebra en la mano.
-Zoe, te presento a  Toni mi hermano pequeño.
-Hola guapo –contestó la chica, pasando sus uñas largas y pintadas de bermellón por tu mejilla sonrosada.
-Ahí te lo dejo, me lo devuelves hecho un hombre.
El antro era cutre, unas cuantas mesas ocupadas por varios hombres también cutres que compartían risas fáciles con chicas semidesnudas. Un hilo musical suave y una luz tenue era todo lo que poseía ese bar donde lo importante estaba en la parte de arriba. Una escalera de caracol separaba a tu hermano de ti.
Zoe te llevaba de la mano como quien lleva a su hijo al colegio por primera vez. Pero no era al colegio donde ibais.
Su habitación  era pequeña y olía a tabaco. Odiabas el olor a tabaco.
Te tumbó en la cama de un empujón, colocó el Gin Tonic, entre papeles, sombras de ojos, horquillas, medicamentos, preservativos y demás objetos que tenía en la mesilla de noche. Se quitó los zapatos de aguja y el vestido de cuero rojo. No llevaba ropa interior. Se tumbó encima y te tocó aquello que parecía estar muerto.
-¿Qué pasa que no te gusto?
-No es eso Zoe, verás es que yo…
-Ya, que te gustan más jóvenes ¿no?
-Verás, es la primera vez que estoy en un sitio así y bueno sí me gustan las chicas de mi edad. Eres muy guapa y estás muy buena, pero yo no estoy preparado para esto.
-No mientas, vámonos de aquí que estoy perdiendo el tiempo.
Te incorporaste y volvisteis al punto donde habías dejado a tu hermano. Sin cruzar una palabra con él, saliste de aquel club con el firme propósito de no volver  más.
En casa seguía oliendo a croquetas de jamón.
-Mamá, ya estoy en casa –gritaste.
El volumen de la tele estaba para sordos. Te acercaste y para lo que había que ver, la apagaste.
El pijama te quedaba grande, sintonizaste cadena cien en la radio.
-¿Mamá? –gritaste de nuevo.
Por el silencio de tu madre dedujiste que se había ido a buscar a tu padre. Con el vaso de agua para aliviar la sed que produce el aceite de las frituras,  fuiste a lavarte los dientes. La puerta del aseo había vuelto a atascarse. Por la rendija que la separaba del suelo se adivinaba un fluido espeso, tu dedo índice recogió una pizca y lo frotaste contra el dedo corazón. El miedo hizo el resto. Nervioso forcejeaste, la impaciencia ganó la batalla y tras una fuerte lucha cuerpo a cuerpo, se abrió.  El vaso se resbaló de tus manos, los cristales se acomodaron en cada rincón y su contenido se mezcló con la sangre ya fría, de tu madre. La acomodaste entre tus brazos y chillaste desesperado:
-Mamá, mamá.
Echaste un vistazo al cuerpo herido y al cuchillo ensangrentado que descansaba sobre una toalla blanca que había cambiado de color.
Entre  sollozos y temblores sacaste el móvil del bolsillo y llamaste a una ambulancia. Durante la espera de una ayuda que no llegaba, seguías meciéndola como si quisiera dormir, de fondo se escuchaba  tu canción:

El patio está vacío
suenan las sirenas
y yo sigo jugando qué más da
yo sigo jugando  y siempre me castigas,
solo quiero que se acabe
Solo quiero que me dejes, solo

Tú madre se fue y creciste un palmo, mientras no dejabas de llorar.



1 comentario:

Diario del Hombre Topo dijo...

Es exageradamente bueno, Silvia. De lo mejor que te he leído y escuchado. La parte final es estremecedora, cruda y real, y eso la hace maravillosa. Además es un ejemplo claro de la influencia que puede llegar a tener la música en lo que escribimos, y ser capaz de transmitir con palabras unos sentimientos que nos produce una canción, o un disco entero, es algo que muy poca gente consigue.

Enhorabuena.

Bss