El espacio literario es la tierra que recorren los personajes, la tierra en la que acontecen los hechos. Inventados o reales, eses lugares siempre son espacios idealizados, porque se nos muestran coloreados por la mirada del que escribe. Dichos espacios son también protagonistas de la trama y de ellos emana un aura que recorre la narración y que envuelve a los personajes. Ese “aura” nace de dos tipos de espacios que se entrelazan:
Un espacio físico, que el escritor debe aprender a
componer con detalles bien elegidos.
Un espacio emocional, al que llamaremos atmósfera y que viene a ser el lugar social y
psicológico que contribuye a creer el sueño de ficción.
De las cuatro formas de narrar que analizamos al
hablar del ritmo –resumen, elipsis, descripción y escena- el espacio se basa
sobre todo en la descripción. En ese remanso del texto es donde el entorno de
la historia se va dibujando poco a poco, fruto de una composición casi
pictórica.
El escritor pinta un espacio que desvela el fondo del
cuadro en el que los personajes se desenvuelven. De hecho, muchas descripciones
espaciales literarias tienen un paralelo con cierto tipo de pinturas, desde las
obras bucólicas renacentistas hasta los grandes frescos realistas de las
novelas del siglo XIX. También las descripciones compuestas con grandes
pinceladas de luz y de color podrían componerse con la pintura impresionista.
Entre todas estas posibilidades que nos ofrece la descripción debemos elegir la
que mejor se adapte a nuestro relato. Podríamos decir que la atmósfera está
formada por esos pequeños detalles que selecciona el narrador y que esa
selección está incluida por la actitud emocional de quien los cuenta.
La atmósfera, entonces emana de un estado de ánimo, es
una manera subjetiva de mirar el espacio y penetrar en el relato a través de
los sentidos del narrador. En ciertas cosas el espacio además de ser un espejo
anímico de los personajes se convierte en el coprotagonista de la historia.
Recurrir, pues al espacio para caracterizar psicológicamente a un personaje es
una de las formas más efectivas de introducir información sobre sus
circunstancias emocionales. El espacio puede ayudarnos a mostrar lo que ese
personaje siente.
Una de las funciones de la descripción es el ritmo. La
descripción actuaba en ocasiones como un desacelerador, ralentizaba el tiempo
de la narración. Ese remanso podía ser una especie de “depósito” de información
esencial que se entrega el lector y que le sirve para atender la historia. Es
esta una descripción que ayuda al desarrollo de la trama, una descripción que
llamaremos expositiva.
Otro tipo de descripción que definimos como
ornamental, cuya función es más decorativa que informativa. Ambos tipos de
descripción nos ayudarán a:
Remansar el ritmo después de un pasaje de acción.
Dilatar la espera en un momento crítico, provocando la
intriga del lector. Servir como obertura del libro o de cada capítulo. Como la
obertura de una ópera.
Comenzar con una descripción espacial aporta varias
ventajas a la hora de empezar a narrar una historia:
Sitúa la acción en un entorno, es decir, el lector
empieza a “ver” el espacio en el que se desenvolverán los personajes.
Como las oberturas musicales, el inicio ya nos da una
pista sobre el carácter y la cadencia
del ritmo narrativo.
Partimos de un valle en el que luego podemos ir
elevando la curva de la intensidad.
El espacio desempeña en ocasiones una labor muy
importante en la arquitectura argumental del relato.
El lugar es uno de los cabos donde se atan los nudos
de la trama.
El desplazamiento supone un punto álgido en la acción o marca la
propia evolución del argumento.
Otras veces el espacio descrito no cambia, es el
mismo, y sin embargo sostiene el esqueleto argumental, es decir, la historia se
apoya en el espacio para desarrollarse.
Cada lugar simboliza a un personaje hasta llegar a
caracterizarlo. Este empleo del espacio era más evidente en la narrativa del
siglo XIX.
Cada época tiene su paraje simbólico, un lugar
característico en el que se desarrolla la acción.
Las ciudades pueblan la narrativa de la segunda mitad
del siglo XIX, el narrador se coloca en la sala de estar de la burguesía y
explora un mundo estático y socialmente opresivo que envuelve a los personajes.
Los antípodas de esos continentes realistas son los espacios imaginarios
creados para la literatura fantástica o por los sueños de la ciencia ficción.
Algunos espacios, como los laberintos persisten en el tiempo y siguen
sirviéndonos de símbolos.
Aparte de los lugares imaginario la literatura está
llena de espacios reales, ciudades que aparecen en los mapas para que la
ficción reinventa para que las habiten sus criaturas.
Un ejemplo sería la ciudad de Orán en “La peste“de
Albert Camus, una ciudad “sin pájaros” en la que la muerte acecha y de donde
nadie puede escapar.
Todas esas comarcas no son sólo espacios físicos,
también son espacios emocionales, extensos laberintos de papel que unifican el
universo de nuestros escritores.
En toda la literatura hay también lugares, personajes,
espacios que adquieren vida propia y que son en gran medida los protagonistas
del relato.
Un ejemplo es el hotel Overlook, verdadero
protagonista de la novela de Stephen King “El resplandor”.
Estos espacios símbolos enriquecen la narración y
sirven para apoyar la idea entorno a la cual gira el argumento. Esta es una de
las ideas más importantes del espacio.
RECURSOS Y JUEGOS LINGÜÍSTICOS
La atmósfera es una masa de aire que envuelve a los
personajes, una mirada subjetiva del narrador sobre el espacio.
Elegir las palabras adecuadas puede ayudar a dar forma
a esa masa de aire que debe “poseer al lector”.
Cada palabra está rodeada por un aura, cada palabra
tiene su propia atmósfera creada por nuestra emoción.
Encadenar esos pequeños ambientes para moldear una
piel que envuelve al relato es una da las formas más eficaces de elaborar la
atmósfera de nuestra narración.
Un ejemplo para estudiar la elección de las palabras
apropiadas para crear una atmósfera en el relato es “La caída de la casa Usher”
de Edgar Allan Poe.
Una vez leído dicho relato, comprobamos la lista de
“expresiones atmosféricas” que usa Poe:
Triste, oscuro, silencioso, cernían, bajas, pesadas,
lúgubre, sombra, melancolía, desnudas, vacíos, ralos, siniestros, agostados,
depresión, amarga, caída, horrible, velo, frialdad, abatimiento, malestar,
tristeza, desalentaba, sombría, impresión, dolorosa, escarpada, negro,
fantástico, grises, espectrales.
El aura de cada una de esas palabras se une para
formar una sola, un inquietante y delicado augurio de fatalismos que explica el
macabro fin de la casa.
Ejercicio
Leer con detenimiento La caída de la casa Usher,
subrayando todas las palabras relacionadas con el espacio.
Escribir un texto que aparezcan las palabras que
utiliza Poe al principio de su cuento.
Intentar crear un entorno para esas palabras, o dicho
de otra forma: tejer la misma atmósfera con los hilos de una historia distinta.
LECTURAS RECOMENDADAS
La ciudad de los prodigios (Eduardo Mendoza)
Obabakoak (Bernardo Atxaga)
Bomarzo (Manuel Mujica Lainez)
Guía de lugares imaginarios (Alberto Manguel /GianniGuadalupi)
PROPUESTA DE EJERCICIO
Describir un lugar utilizando los cinco sentidos. Ese
lugar puede estar situado en el presente, en el pasado o en el futuro.
Para cualquiera de las tres opciones es bueno dibujar
los planos del lugar. Los espacios de ficción también tienen sus mapas.
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