martes, 8 de mayo de 2012

Se nos ha metido un hada en clase


SE NOS HA METIDO UN HADA EN CLASE
Como hada, ofrece la particularidad insólita de que,  a veces, le producen alergia sus propios polvitos mágicos.
Llega tarde, pero llega siempre. Saluda con un toque musical de acorde dulce y metálico, al tiempo que espolvorea sus partículas transmisoras. Gracias a ellas puede capturar, antes de que se disipen, las últimas palabras dichas antes de su llegada.
Con táctica felina, ojea discretamente y, si detecta algo de su interés, tensa sus orejas en la dirección adecuada y olisquea en la distancia.
Esta clase de hada no nació de pequeña como otras, pero tampoco se hará muy mayor. Por tanto y por mucho que dure la eternidad, nunca fue ni será dependiente de nadie y eso le otorga una autenticidad singular.
Cuando se descubre, a través de cosas como “El amor en los tiempos del cólera”, conoces que estuvo en Cartagena de Indias antes que nadie, que fue posiblemente allí  –porque, sin duda, fue ella-  donde mostró a Rubén Darío la flor de jacarandá, junto a otras esencias guaraníes.
Difícilmente cantará en un coro que no dirija, pero todos, tarde o temprano, acabarán bailando al son de su música.
En su tanguita lleva incorporados cascabeles silenciosos, de forma tal que, cuando quiere, con un discreto movimiento de cadera, expande su imperceptible magia y al decir “¡Mierda!” todo el mundo sonríe. Pero si dice “¡Puta mierda!”, la gente, hechizada, se ríe a carcajadas.
Si alguien no ha descubierto todavía al hada de clase, que se cuide porque le estará preparando una emocionante sorpresa.
PMM




ESTO ES UN REGALO QUE ME HA HECHO MI QUERIDO Y ADMIRADO COMPAÑERO  DE  FATIGAS DE LOS VIERNES POR LA TARDE

lunes, 7 de mayo de 2012

¿Y cómo es él?

¿Y cómo es él?

Siempre llego tarde al trabajo, al médico, al cine, a clase... Y ese día, el día que Isabel propuso el ejercicio de la descripción también llegué tarde. A la semana siguiente intenté ser puntual, pero debo de tener un gen que me lo impide, así que, como de costumbre, llegué la última. Por las palabras que pude cazar al vuelo, deduje que el ejercicio descriptivo del compañero no se iba a realizar.
¡Qué pena! Pensé. ¿Los motivos? Pues bobadas. 
-Yo haré el ejercicio -dije.
 Examiné uno a uno a cada componente de la clase, era difícil.  Pero continué buscando. Y cuando ya lo tenía decidido le vi, tan calladito, tan formal, tan serio, me preguntaba quién sería. Creí conocerle ¿habrá salido en televisión? ¿Cómo se llamará? Es igualito a Hamphrey Bogart,  con poco pelo, pero igualito. Parecía salido de Casablanca.
Sí señor, ese hombre sería mi personaje.
Necesitaría algunas semanas para buscar detalles. Pedro, que así es como se llama, resultó ser amigo de Punset, que no es que me guste Punset,  con ese pelo  y ese acento tan catalán, sobre todo  cuando dice lo de “ un pan naturallll” pero  me parece interesante, como él.
Empezó a leer relatos en clase, algunos me gustaban más que otros, todos  muy bien escritos, pero había párrafos que me costaba entender, culpa mía y de mi escaso vocabulario. Y así fue pasando el tiempo... Seguía pensando que le había visto en otro sitio, no es de extrañar porque Pedro está en todas partes... Resultó conocer al protagonista de un relato de otra compañera. Si hubiera conocido a algún protagonista de algún relato mío, lo habría flipado en colores.
Todo iba de maravilla, ya  tenía a Pedro medio descrito, hasta que  descubrí su lado más íntimo. Ejercicio propuesto carta de amor. Pedro nos leyó su carta, muy bien escrita, como siempre, pero larga, como un día sin pan. Nos soltó un rollo que no supe muy bien interpretar. Nos pasamos media hora discutiendo si la carta iba dirigida a su mujer, a su querida, a la querida de su querida o a la madre que parió a la querida.  No sé si la carta gustó o no, pero polémica causó un rato y eso es lo que pasa con Pedro que se hace notar. Lo bonito hubiese sido describir a Pedro de una forma más poética, pero  a mi no me gusta y tampoco lo sé hacer.  Ese mismo día salimos de clase y nos fuimos a tomar unas cañas a un bar cercano,  después nos despedimos como siempre y cada uno se fue  en una dirección, excepto Pedro y yo que nos quedamos charlando un rato más, cuando llegó el momento de despedirnos, me confesó que ese había sido el último día que iría a clase. Sin decir ni una sola palabra me cambié de acera. Pedro me llamó y me dijo:
- No te preocupes siempre tendremos  París.