martes, 15 de junio de 2010

Algo inesperado, el desenlace


Te quejas una y otra vez: que no tienes tiempo, que te falta cariño y atención, que tu vida está repleta de momentos angustiosos y escasa de grandes momentos. Piensas que en otra vida serás mariposa y revolotearás por millones de espacios antes de ser cazada por un intrépido coleccionista. Imaginas la cercanía del otro, de él, de sus caricias, sus susurros, sus besos, en otra vida, en otra ciudad, en otro mundo. Observas a tu derecha el cuerpo inmóvil del que es, del que comparte tu cama, del que comparte tu vida, la de ahora y te levantas con la mirada perdida, preparas un café intenso. Abres el grifo de la ducha, dejas correr el agua y miras como se escapa por el desagüe. Te ofreces un lavado rápido, sin mojarte el pelo, hoy no toca. Tienes intención de acariciarte, pero hoy no lo haces, te parece sucio. Te contemplas en el espejo, durante milésimas de segundo y no te gusta lo que refleja. Granos, arrugas y poco pelo. Atrás quedaron mejores tiempo. Te recoges el pelo con una pinza pequeña, suficiente para retirar los cuatro hilos de seda que tapan tu cara. Te impregnas bien de crema y maquillaje intentando disimular las horribles marcas que cubren tus mejillas. Te enfundas en una falda negra que deja ver tus rodillas bien formadas y en una blusa de tafetán fucsia con gran escote por donde asoman tus enormes y todavía firmes pechos. Concluyes con unas sandalias negras de tacón de aguja y te tomas el café, ya frío. Tienes intención de dar un beso al que es, pero te arrepientes, coges el bolso y te vas al trabajo. Te espera una dura jornada, pero te lo tomas con buen humor, has quedado a comer, esperas con ganas el momento. Te rocías con tu colonia preferida y te acercas al restaurante. Saludas con dos besos en la comisura de los labios, no quieres que la gente sospeche. Te acaricia la espalda con discreción. Te magrea el muslo por debajo de la mesa, nadie os mira. Te pones nerviosa, piensas que deberías ir al baño, te levantas y caminas hacia él. Entras en el aseo, el retrete está ocupado y haciendo uso del espejo, una señora se perfila los labios con parsimonia. Esperas a que acaben de usar la taza del vater. La señora de los labios color cereza se marcha, ocupas su lugar en el espejo. Te tiembla el pulso, el corazón te late demasiado deprisa, no crees estar preparada para este nuevo reto, deseas que termine pronto. Se acerca el momento, acudes a la taza, cierras la puerta sin pestillo, está roto. Te subes la falda y orinas, no llevas bragas. Empujan la puerta y tu acompañante te mira. Extiende su mano y acaricia tu sexo. Te besa los labios, el cuello y el comienzo del escote, te desabrocha la blusa y te sujeta los pechos suavemente con las manos, primero saborea uno, después el otro. No quieres reconocerlo pero te gusta. Buscas su boca, su lengua, acaricias su bonito pelo rojo y buscas su sexo, remangas su falda y jugueteas con tus dedos, es la primera vez que entras en contacto con una mujer y descubres que te gusta, tanto como aquel día en el portal de tu casa. Han pasado muchos años, pero aún te acuerdas de ese olor. Miras con disimulo el reloj, ya no puedes esperar más, estás a punto de llegar al orgasmo, pero necesitas el bolso, la misión aún no está cumplida, ni quieres cumplirla, estás disfrutando, tienes que darte prisa, se te acaba el tiempo. Consigues coger el bolso y finalizar tu labor. Te arreglas la ropa, te peinas un poco y sales del lavabo dejando a la mujer en el retrete cubierta de sangre y con un tiro en la cabeza. Escapas, como si no hubiera pasado nada, parece que nadie vigila, te encaminas hacia la calle como sí tal cosa. Afuera te espera un coche negro, con los cristales tintados, te introduces dentro, Javier te pregunta por la mujer, no contestas, le besas y terminas con él lo que habías empezado con la joven muerta en el lavabo de señoras. Definitivamente aquel aroma te ha echado a perder. Nunca supiste quien fue el que te arremetió en el parque, ni en el portal, ni si el perfume era de Javier o de Manuel. Pero te casaste con la persona equivocada. Javier es la persona equivocada.